Un rasgo que caracteriza a la economía mundial de nuestros días es el
bajo crecimiento pero –más todavía– la deflación, es decir, la tendencia
a la caída de precios, consecuencia a su vez de un deterioro
estructural de la rentabilidad del sistema. El desplome de precios se ha
manifestado fundamentalmente en el mercado de materias primas (commodities). Y, por mucho, el petróleo es el que ha sufrido la peor caída.
Desde mediados de 2014 los precios de
referencia internacional, el Brent y el West Texas Intermediate (WTI),
han disminuido en más de 60 por ciento. Esta situación ha provocado que
los países cuyos ingresos fiscales dependen de las exportaciones de
hidrocarburos se encuentren hoy en un serio predicamento, obligándose a
realizar un esfuerzo gigantesco para transformar su matriz productiva.
¿Por qué ha caído tanto el precio del
petróleo? En primer lugar, el bajo crecimiento que la economía mundial
ha registrado a partir de 2009 hasta la fecha ha hecho que la oferta
mundial de petróleo esté muy por encima del nivel de demanda. Según las
estimaciones de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por su sigla
en inglés), en la actualidad existe una sobreoferta de petróleo de
aproximadamente 2.5 millones de barriles diarios. Es que las economías
de los grandes demandantes de energía se han desacelerado drásticamente:
China registró en 2015 una tasa de crecimiento del producto interno
bruto (PIB) de 6.9 por ciento, la más baja de los últimos 25 años.
Recordemos que a lo largo de las últimas
2 décadas la demanda petrolera mundial estuvo fuertemente arrastrada
por la región de Asia-Pacífico, especialmente por China y en menor
medida la India que, en aras de mantener elevadas tasas de crecimiento
del PIB, privilegiaron la firma de acuerdos de inversión con los países
petroleros para garantizar el suministro energético de sus empresas.
Ahora el panorama económico es muy distinto.
En segundo lugar, la pugna entre Estados
Unidos y Arabia Saudita por el dominio del mercado petrolero mundial
los llevó a librar una guerra de precios que no hizo sino apuntalar la caída de las cotizaciones. Estados Unidos favoreció la producción de petróleo y gas de esquisto (shale). Con ello consolidó su posición como uno de los principales países productores e incentivó la acumulación de inventarios (stocks).
De acuerdo con los datos más recientes de la Administración de
Información Energética de Estados Unidos (EIA, por su sigla en inglés),
en la semana que terminó el 19 de febrero los inventarios de las
empresas petroleras estadunidenses ascendieron a 506.7 millones de
barriles, el nivel más alto de los últimos 86 años.
Arabia Saudita, por su parte, apostó por
la caída de los precios del petróleo para sacar de la jugada a las
empresas estadunidenses. Y, en efecto, en buena medida consiguió
debilitar a Washington. Se han perdido decenas de miles de empleos en
Estados Unidos, precisamente por el desplome de las ganancias del sector
energético. Es que mientras que entre 2000 y 2014 el auge de los
precios de la energía generó unos 400 mil puestos de trabajo en la Unión
Americana, en los últimos 18 meses se evaporaron más de 200 mil. Tan
sólo el pasado mes de enero se perdieron unos 30 mil empleos.
Sin embargo, esta estrategia también
resultó dolorosa para Arabia Saudita y las petromonarquías del Golfo
Pérsico. Toda vez que la mayor parte de sus ingresos fiscales derivan de
las ventas de petróleo, la drástica caída de los precios los colocó en
una situación económica insostenible. Algunos de estos países han
llevado a cabo reformas impositivas para elevar la recaudación; otros
gobiernos de plano han permitido la participación de la iniciativa
privada en la industria energética para incentivar la inversión.
Es que para los grandes países
exportadores petróleo ha resultado exasperante el hecho de que los
precios se ubiquen hoy por debajo de los 30 dólares, cuando durante la
última década los precios oscilaron entre 90 y 100 dólares por barril.
Por esa razón varios miembros de la Organización de Países Exportadores
de Petróleo (OPEP), como Venezuela, han insistido en la necesidad de
alcanzar un acuerdo que reduzca el techo de la producción petrolera en
por lo menos 5 por ciento para, de esta manera, propiciar un incremento
de los precios.
Bajo esta misma orientación se ha
inscrito la política energética de la Federación rusa, país que si bien
no forma parte de la OPEP, ha mostrado una gran disposición para
colaborar estrechamente con los integrantes del cártel petrolero,
especialmente con Arabia Saudita, a fin de estabilizar los precios a
favor de los países productores. El declive de la economía ha marcado la
pauta: después de intensas negociaciones, y pese a las enormes
diferencias políticas, se logró un acuerdo a mediados de febrero. La
OPEP y Rusia tomaron la decisión de congelar la producción petrolera a
los niveles del pasado mes de enero, con lo cual, esperan que por lo
menos los precios no caigan más.
Lo cierto es que es imposible anticipar
que el mercado de petróleo registrará precios altos en el corto plazo.
Algunas firmas de inversión estiman que para el año 2017 el precio del
crudo podría estabilizarse, superando los 60 dólares por barril. De
hecho, hay quienes auguran un incremento por encima de los 100 dólares
como el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien considera que en el
mediano plazo el precio podría incluso sobrepasar los 200 dólares.
Soñar
no cuesta nada.
El sector petrolero seguirá enfrentando
grandes dificultades. Por una parte, parece casi imposible que la
recuperación de la economía mundial se convierta en el detonante de un
nuevo auge de precios. Se añade también el hecho de que Irán tiene todo
listo para comenzar a exportar petróleo de forma masiva. De acuerdo con
la agencia Moody’s, el país persa podría agregar unos 500 mil barriles
diarios a la oferta mundial de petróleo durante 2016, con lo cual, se
profundizaría aún más la caída de las cotizaciones. El acuerdo entre
Rusia y la OPEP también tendrá un efecto marginal sobre las
cotizaciones.
Por otra parte, la deflación petrolera
ha reducido las inversiones en el sector, y detonado la quiebra de
cientos de empresas, principalmente en Estados Unidos. Aquellos
inversionistas que confiaron ciegamente en la revolución energética
de Washington ahora están al borde del abismo: comprometieron enormes
sumas de dinero en proyectos que producen utilidades marginales. Los
balances contables de los bancos también se encuentran en un momento
crítico, los grandes banqueros de Wall Street no encuentran cómo hacer
frente a las deudas incobrables de sus clientes. Y lo mismo pasa en el
resto del mundo, las pérdidas suman cientos de miles de dólares a lo
largo de los últimos meses, un descalabro colosal.
Los ganadores de la caída del precio del
petróleo han sido en alguna medida, los consumidores de a pie. En
varios países los combustibles han disminuido de precio y, con ello, se
ha conseguido aliviar un poco la economía tanto de las familias, como de
pequeños y medianos empresarios. Sin embargo, destaca el hecho de que
el drástico desplome de los precios del crudo no ha favorecido la
recuperación de la economía mundial como sí sucedió en el pasado luego
de una crisis financiera y una larga recesión. Por eso, la economía del
petróleo barato ha sido por demás decepcionante.
(*) Economista mexicano
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