Un notable giro en su conocida posición contraria al acuerdo
nuclear entre los países miembros del Consejo de Seguridad -Estados
Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia-, más Alemania e Irán, acaba
de dar Arabia Saudí. La reciente visita de su monarca -el rey Salmán
bin Abdulaziz- a la Casa Blanca es la segunda desde que asumiera el
trono a la muerte de su hermano, el rey Abdalá bin Abdulaziz, al
comienzo del año.
Resulta interesante el cambio saudí, un
país sunita con 30 millones de habitantes tradicionalmente enemigo de
Irán, un estado no árabe con una población de 77 millones de personas y
esencialmente chiita. Riad actúa en función de sus intereses y
Washington también, como suele suceder en las relaciones
internacionales. Me explico.
A Arabia Saudí, que es el mayor productor
de petróleo en el planeta, le interesa conservar su alianza con Estados
Unidos, que, además de pasarle por alto las denuncias de violaciones de
derechos humanos en el país, ha evitado que la ola de la primavera árabe
de hace pocos años llegara a prender en Riad.
Conservando su relación
con Washington y ahora masticando a Irán, casi por instinto de
conservación, Arabia Saudí quiere que se aplaque a la mayor amenaza
común que tienen los dos países: el avance en la región del Estado
Islámico, que busca fundar un califato desapareciéndolos junto con Siria
e Iraq.
Los saudíes saben que Irán también deberá
coadyuvar para vencer a los yihadistas. Mientras tanto, Obama, que
mejora el clima en Medio Oriente -solo Israel se opone al acuerdo-, se
refugia en las matemáticas para contar los votos necesarios en el
Congreso para vetar cualquier oposición republicana al acuerdo nuclear
con Irán.
(*) Decano de la Facultad de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Tecnológica del Perú.
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