La caída del precio del petróleo ha dejado de ser una buena noticia
económica paraconvertirse, en las últimas semanas, en un asunto que
causa creciente preocupación en medios económicos. No tanto por la mala
situación en la que se están quedando las compañías petroleras,
embarcadas en una espiral de ajuste de inversiones, recortes de empleo y
ventas de activos. Ni siquiera por el desequilibrio creciente en el que
están embarcadas las economías altamente dependientes de la exportación
de crudo, algunas de las cuales, hecho insólito, están presentando
déficits presupuestarios, impensables hace apenas un año.
Uno de los datos anecdóticos de estos últimos días ha sido el inicio
de exportación de petróleo por parte de Estados Unidos a refinerías
europeas, algo ciertamente impensable hace unos años, ya que las
exportaciones de crudo estaban prohibidas en este país desde la primera
crisis petrolera, allá por los años 70 del siglo pasado, prohibición que
fue reforzada en los años posteriores, a medida que el petróleo pasó a
convertirse en un arma diplomática de primera magnitud, en plena guerra
fría.
En Estados Unidos ahora sobra petróleo porque la producción de crudo,
aunque a precios no siempre muy competitivos, ha aumentado de forma
considerable y este país ha pasado a convertirse en uno de los mayores
productores del mundo, lo que le permite autoabastecerse, dejar de
importar petróleo del mundo árabe e incluso exportar lo que le sobre.
Estados Unidos se ha convertido en una auténtica potencia energética
mundial, tras haber superado a Rusia y tras equipararse en producción de
crudo a Arabia Saudí.
Las reservas que atesora este país, fruto de una producción
desbordante derivada de los nuevos yacimientos de petróleo no
convencional, producción superior a las necesidades, están inundando sus
instalaciones de almacenamiento y se ve obligado por ello a darles
alguna salida comercial para evitar el costoso acaparamiento.
Hace un
año, Estados Unidos pasó a convertirse por primera vez en proveedor de
petróleo y derivados a México, uno de los países que sustentaba su
economía, entre otras cosas, en el importante flujo de exportaciones
energéticas al vecino del norte. Ahora, la situación se ha revertido. Un
hecho anecdótico es el cambio de función de algunas importantes
instalaciones portuarias, que se habían diseñado con grandes inversiones
para acoger sobre todo el gas natural licuado que Estados Unidos
importaba en dosis crecientes. Esas instalaciones portuarias sirven
ahora para exportar gas y petróleo así como productos derivados.
A la postre, las dos consecuencias más directas de la actual
situación energética (petroleras y países exportadores en aguda crisis),
con ser importantes, no son más que el inicio de una espiral de
contrariedades que puede causar serios trastornos a la evolución de la
economía global ya que la brusquedad del giro que ha experimentado el
mercado mundial de materias primas, y en especial del petróleo, puede
perturbar los flujos de capitales, las inversiones asociadas a la
continuidad de la búsqueda de recursos naturales, a la calidad de los
activos financieros que circulan por el mundo, a la fluidez de los
mercados bursátiles o a los equilibrios en el mercado de renta fija, por
mencionar algunos de los puntos de tensión que están auscultando en
estas últimas semanas los analistas de diversas esferas de la economía
internacional. La procesión bajista de las Bolsas en este inicio del año
2016 parece no ser más que un anticipo de una crisis más amplia.
(*) Periodista y economista español
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