“La historia de las relaciones hispano-saudíes ha girado siempre en
torno a las de sus dos casas reales: la Saud y la Borbón”, escribía este
pasado domingo Miguel González en El País. Hoy, con Felipe VI,
menos que con don Juan Carlos quien, incluso antes de acceder al trono
el 22 de noviembre de 1975, ya mantenía una magnífica relación “ínter
pares” con el soberano saudí.
No olvidemos que Franco, consciente de ello, pidió al entonces
príncipe Juan Carlos que intercediera ante el Rey Faisal para que a
España no le afectara la crisis del abastecimiento del petróleo de 1973.
Gracias al éxito de esta gestión, tan personal, el General autorizó a
su heredero a título de rey, a cobrar unos céntimos de comisión por
cada barril de crudo que llegaba a nuestro país procedente de Arabia
Saudí. Este dinero fue el origen de la fortuna de don Juan Carlos y,
posiblemente, de su afición por las presuntas polémicas comisiones.
Desde entonces, la relación entre las dos familias reales era tan
estrecha y sólida que, cuando el 1 de agosto de 2005, fallece el rey
Fahd, el presidente Zapatero a petición del rey español, accedió no solo a
declarar luto nacional sino a que la bandera española ondeara, en todos
los edificios oficiales, a media asta. Por supuesto, don Juan Carlos
interrumpió sus vacaciones, acudiendo a Riad para testimoniar su pésame
personal a su heredero Abdala.
La gratitud al fallecido soberano iba más allá de la relación oficial
para entrar en el terreno de intimidad personal como se puso de
manifiesto con el fabuloso regalo del “Fortuna”.
En 1976, don Juan Carlos estrena su primer “Fortuna”, construido en
los astilleros Viudes de Barcelona. Se intentó fuera una embarcación
moderna y ligera, utilizando materiales plásticos. Como era de esperar,
resultó un yatecito muy alejado, para representar al Estado, del
“Passage di Venecia”, “ Il Moro de Venecia” o el “Extrabeat”, las
grandes embarcaciones de lujo de sus amigos Giovanni Agnelli y Raúl
Gardini, que se los restregaban todos los veranos por las narices en
Palma de Mallorca.
En aquella época, también conoció el lujosísimo yate del rey de
Arabia. Don Juan Carlos debió cantarle de tal manera las excelencias de
su embarcación que, en 1979, el soberano saudí le regaló “una maravilla
de la técnica naval que, sin hélices ni timón, era capaz de navegar a
cuarenta nudos de velocidad propulsado por una única turbina”. Fue
bautizado con el nombre de “Fortuna”, como el anterior, que, al ser
puesto en venta, fue adquirido por el marqués de Mondéjar, Jefe entonces
de su Casa.
Sobre este regalo personal, podría escribirse mucho, al igual que de
todos los regalos recibidos por Su Majestad. Cierto es que los Fortuna,
ya sean regalos o adquisiciones, pasaban, inmediatamente, a engrosar el
Patrimonio Nacional. En el primero de los casos, para que fuera éste
quien costeara su mantenimiento y, en el segundo, para que pagara su
compra, como sucedió con el primer “Fortuna”.
En otra columna contaremos qué fue del lujosísimo Fortuna regalado
por el soberano saudí y de otros Fortunas menos… afortunados. Pero hoy
queremos ceñirnos a la relación entre las familias reales de España y de
Arabia que Felipe VI se limita a mantener. A diferencia de su padre,
“no comparte la afición de éste por la lujosa corte de Riad”, según
González.
Como dato curioso de la magnifica relación que el Emérito ha
mantenido siempre con la corte saudí, es el numero de viajes oficiales
que ha realizado a Riad: seis en total: del 23 al 26 de octubre de 1977
al rey Jalil; del 15 al 16 de junio de 1982 al rey Fahd: del 15 al 16 de
noviembre de 1994, de nuevo al rey Fahd; del 8 al 10 de abril de 2006
al rey Abdala quien vuelve a visitar del 27 al 28 de mayo de 2008. Y el
17 y 19 de mayo de 2014 visita al Príncipe heredero Salman bin Abdul
Aziz Al Saud, actual rey. Privados, muchos más.
(*) Periodista español
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