miércoles, 23 de abril de 2014

La "abaya" de Ana Pastor / José Manuel Ponte

He seguido por los periódicos que compro habitualmente, y por los que curioseo en el café, el viaje de negocios del rey de España a los Emiratos Árabes y a Kuwait, acompañado de tres ministros del Gobierno y de un selecto grupo de empresarios. Las fotos servidas por las agencias nos permitieron observar los encuentros entre las autoridades locales, vestidas a la manera tradicional árabe, y los visitantes españoles, vestidos a la europea. Con una sola excepción, la de la ministra de Fomento, Ana Pastor, que iba cubierta de pies a cabeza con una "abaya", la túnica negra que el protocolo impone a las mujeres en algunos países islámicos. Al menos, eso es lo que se deducía de la lectura de las crónicas ya que la ilustración gráfica de los periódicos, al menos los que yo frecuento, nos escamoteó esa posibilidad, no sabemos si por consigna política o por alguna otra razón que se nos escapa. Y es una pena, porque estamos seguros de que a una mujer de pelo negro, piel blanca, ojos grandes, nariz prominente y mentón avanzado, como nuestra ministra, la "abaya" le tiene que sentar tan bien como a cualquier hija del desierto. No obstante, el esfuerzo de Ana Pastor por agradar a las autoridades islámicas es de valorar. España se jugaba la firma de importantes contratos, y la Ministra, al margen de sus convicciones personales sobre el papel que la mujer debe jugar en una sociedad moderna, se enfundó la túnica con tremenda decisión y acendrado espíritu patriótico. Y si hubiera tenido que vestirse de lagarterana para la ocasión, pues también lo habría hecho. Una inversión de 7.000 millones de euros en el metro de Kuwait, otra de 100.000 en infraestructuras, y una tercera, más modesta, de 3.000 millones en la ampliación de un aeropuerto, bien valen una misa, como dijo aquel desvergonzado rey de Francia. Vestir o no vestir la "abaya", el "yihab", o el "burka" se ha convertido en objeto de polémica y en algunos sectores de Occidente se asimila su uso, o su imposición, con posturas reaccionarias o machistas. Aunque en esto, como en tantas cosas de la vida, también hay distingos, tácticas, componendas e hipocresías varias. Y así, lo que en Irán o Afganistán se ve como detestable, en Arabia Saudita, en Kuwait y en los Emiratos Árabes se tolera como una graciosa peculiaridad local. La forma de vestir, y lo que eso simboliza o sugiere, es quizás el lenguaje no verbal más empleado por la humanidad desde que el Dios de la Biblia avergonzó a Adán y Eva haciéndoles ver que estaban desnudos antes de expulsarlos del Paraíso. ("¡Vas tirando a dar!", le decimos muy expresivamente a alguien cuando queremos elogiar su forma de vestir). Recientemente, la reina de Inglaterra quiso recordarle al papa Francisco que ella, como máxima autoridad de la Iglesia de su país, tenía rango equivalente al suyo. Llegó tarde a la cita y vestida con una traje azul celeste y sombrero a juego, cuando el protocolo vaticano impone a las mujeres traje negro y la cabeza cubierta con un velo en las audiencias. Como nos ha recordado oportunamente Ana Pastor, en esto del vestir no hay improvisaciones. Todo es deliberado.

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