El jeque al-Nimr era el líder de la población shií, mayoritaria en la
Provincia Oriental del reino, frente a los wahabíes, la rama
específicamente saudí de la sunna a la que se adhiere la dinastía
reinante saudí, la casa real, los Saud, desde el siglo XVIII. Pero el
asunto es fundamentalmente político y prueba que el régimen saudí bajo
el rey Salman, un octogenario que heredó el trono hace menos de un año,
ha optado por una línea dura frente a la oposición.
También fueron ejecutadas otras 46 personas, juzgadas hace tiempo y cuyas
apelaciones finales habian sido desestimadas, entre ellas un jefe local
de al-Qaeda, Fariz al-Zahrani. No se cumplió la extendida previsión de
que el gobierno, aprovechando alguna festividad religiosa a dinástica
anunciaría conmutaciones o rebajas de condena que pudieran evitar,
singularmente, la ejecución del jeque, percibido como una decisión muy
arriesgada y políticamente peligrosa.
La unidad política del reino -en realidad una proeza llevada a cabo
en el siglo XVIII por el predicador Muhammad abd-al Wahab (que da nombre
a la variedad islámica practicada en el reino, el wahabismo) que casó
con una princesa de la familia principesca del mismo, los Saud- se basa
en la unidad religiosa. La intolerancia que presupone tal actitud ha
hecho inmanejable el hecho cultural, confesional y político shií.
De sus 32 millones de habitantes solo alrededor de un 15 por ciento
son shíes, concentrados históricamente en la mayor demarcación
administrativa del reino, la 'Provincia Oriental', la más rica en
yacimientos de petróleo… y de la que nace un largo puente que la une con
Bahrein, una pequeña isla con rango de Estado independiente donde la
mayoría es igualmente shií… e igualmente hostil al gobierno.
Sobra decir que el conflicto entre ambas versiones del islam -nacido
de la guerra civil entre los sucesores del profeta Muhammad a mediados
del siglo VII y que aún dura- fue abordado por la dinastía saudí desde
la prohibición y la fuerza. Hay en el país una activa policía religiosa y
es literalmente imposible (al contrario que en otros países vecinos)
advertir el menor indicio de una confesión alternativa. Es justo decir
que una mayoría social no parece incómoda con tal situación, pero
tampoco que sea percibida como anómala o inquietante por los sucesivos
gobiernos, incluido el vigente, animado supuestamente por su número
tres, el jovencísimo príncipe Muhamman bin-Salman, segundo en la línea
sucesoria y ministro de Defensa, de solo 30 años (o menos según algunas
versiones).
Con gran visión, el primer soberano oficial de la dinastía y creador
del estado tal y como lo conocemos hoy, Abdulaziz bin-Saud (1876-1953),
entendió que con su inagotable petróleo y su alianza con Washington,
anudada hasta hoy con el presidente Roosevelt a bordo de un barco USA en
1945, bastaba y sobraba. Y así ha sido… hasta ahora.
El reino afrontó el desafío de al-Qaeda (Bin Laden era saudí, miembro
de una acaudalada y respetada familia) y derrotó militarmente a la
organización en su propio territorio desde una política de rigor y
contra-terrorismo sin precedentes. Todo eso era, sin embargo, una guerra
entre sunníes… y al-Qaeda también odia a los shiíes, de modo que el
vigente desafío de esa minoría alcanza hoy un paroxismo que podría
devolver al reino a una tensión insoportable.
Formalmente, la ejecución del jeque shií es resultado de una condena
por un tribunal en un juicio conforme a la ley y es cierto que en el
pasado comandos shiíes han ejecutado en la Provincia Oriental sabotajes
y, en ocasiones, matado a algunos policías. Y en Bahrein -donde el
gobierno ha advertido hoy de su intención de reprimir por la fuerza toda
manifestación- solo la presencia de militares bien entrenados, en buena
parte soldados árabes de otros países muy bien pagados, tiene en pie al
régimen.
Lo peor, de todos modos, está por llegar. El reino, con sus ingentes
reservas financieras a la baja por la brutal caída de los precios del
petróleo, ha optado por asumir un protagonismo regional sorprentemente
muy alejado del tono menor y la sobriedad que le caracterizaban.
Así, ha bendecido al régimen militar egipcio (fundamentalmente por la
liquidación política y física de los legales 'Hermanos Musulmanes', un
error que Occidente pagará caro) se ha metido de lleno en la guerra
civil yemení … para impedir eventualmente la victoria de los huthíes,
una rama menor del troncoo shíi, y no es seguro que gane y ha
reincendiado su crítica relación con la gran potencia regional shií, el
influyente y sólido Irán en trance de rehabilitación por Washington.
Y no tiene clara y consensuadamente resuelta la sucesión en el trono,
de nuevo enfrentada a las viejas rivalidades entre los clanes de la
familia Saud, interminable, autónoma en muchas de sus decisiones y
desprestigiada en términos personales y políticos. El gran protector
americano -Obama, por obvias razones prácticas mantiene la alianza
estratégica y ha visitado Ryad- evidencia dudas de fondo y ayer mismo,
en un lenguaje profesionalmente mesurado pero que indica un reproche,
hizo saber su "profunda preocupación" por las ejecuciones y la UE fue
más explícita y expresó su "condena" de las mismas…
Definitivamente, alguien en el gran reino wahabí no rige bien. Si el
viejo y astuto Saud, a quien sus hagiógraficos tipo Benoist-Bechin,
llaman 'el Grande' resucitara tal vez desaprobaría una política tan
tajante, tan ausente de matices y tan solitaria…
(*) Periodista español
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