MADRID.- Segregación total de sexos y muy poco ocio. A cambio, salarios superiores a los 10.000 euros mensuales y un notable impulso a su carrera profesional. Esa es la perspectiva para los miles de extranjeros que trabajan en Arabia Saudí
superando las formidables limitaciones que este país impone a los
trabajadores inmigrados, incluso a los altamente cualificados. De estos,
casi 2.300 son españoles, según publica hoy El Confidencial.
Alberto Sánchez dio casi por azar con el anuncio que le iba a cambiar
la vida: una oferta, colgada en la web del Colegio de Geólogos de
España, para trabajar en un proyecto de infraestructuras en la costa
saudí. Pese a las lógicas reticencias a vivir en uno de los Estados más restrictivos del mundo,
no se lo pensó demasiado. Su contrato en España acababa de terminarse,
no tenía ataduras familiares y, aunque su única estancia larga en el
extranjero hasta el momento había sido una beca Erasmus en Italia,
decidió dar el paso. "Me lié la manta a la cabeza y aquí estoy", nos
dice por teléfono con un marcado acento asturiano.
Alberto vino
con un contrato de seis meses y, aunque tenía pensado prolongar su
estancia, ha visto cómo le surgía una buena oportunidad laboral en
Europa y ya se prepara para hacer las maletas.
Su caso,
lejos de ser extraordinario, resume bien la experiencia de muchos
compatriotas en el reino: por lo general especialistas de sectores muy
concretos —hidrocarburos, industria, educación— que pasan entre seis
meses y unos pocos años en el país, casi siempre constreñidos en enormes
complejos residenciales para extranjeros ('compounds', como los llama
todo el mundo), con remuneraciones que en España pueden parecer desorbitantes, y con escasas oportunidades de hacer vida local.
Para muchos de ellos, Arabia Saudí supone un antes y un después en su carrera.
Es lo que experimentó Juan Carlos, que residía en el Reino Unido cuando
la modesta empresa energética para la que trabajaba se encontró con la
oportunidad de establecer una 'joint venture' con una firma saudí, y le
ofreció mudarse allí. "Me mejoraban bastante las condiciones, así que me
fui", nos dice. "Por lo general, el perfil español aguanta muy poco, un año o así. Yo estuve cuatro", comenta.
"La barrera de entrada es muy fuerte", explica, algo que abarca desde los visados
—por lo general no se permite que los no musulmanes pongan el pie en el
país, salvo en el caso de los trabajadores especializados y otras
excepciones muy contadas— hasta la necesidad de contar con un socio
local. "Para las PYME es muy complicado. El alojamiento es muy caro, de 2.500 ó 3.000 euros al mes", explica.
Ciudades en el desierto
La mayoría de los extranjeros viven en los llamados 'compounds', recintos que por lo general cuentan con todo tipo de comodidades para los residentes.
Los más espectaculares son los de los trabajadores estadounidenses de
la empresa petrolera estatal Saudi Aramco, auténticas ciudades en el
desierto que cuentan con sus propios hospitales e incluso campos de
golf, pero a los que es imposible acceder a no ser que uno de sus
habitantes se responsabilice del visitante, algo que no es tan fácil
como puede parecer. "Tiene que pasar un tiempo hasta que conoces a
alguien de dentro. Ellos prácticamente no salen, así que el aislamiento se retroalimenta", dice Juan Carlos.
"Si quieres ahorrar, tienes que vivir fuera de un 'compound'. Pero allí la segregación es muy fuerte.
Hay mucha mezquita por todas partes, y dependes del coche para todo",
nos cuenta. Él mismo, durante las primeras etapas, vivió en un hotel y
posteriormente en un piso de solteros, hasta que decidió sacrificar
parte de su sueldo para residir en uno de estos complejos.
"Cuando te
acostumbras a la segregación, es llevadero. Yo me pasaba semanas sin ver a una chica hasta que iba a un 'compound'. Pero ahora que he vuelto a España es cuando me he dado cuenta de lo extraño que es vivir sin mujeres alrededor", nos dice.
Hubo un tiempo en el que Arabia Saudí era un país diferente, en el que se permitía que se celebrase la Navidad cristiana,
se toleraba que los extranjeros bebiesen alcohol e imágenes de mujeres
sin velo aparecían en la televisión y la prensa escrita. Todo cambió a
finales de 1979: el 20 de noviembre de ese año, varios cientos de
radicales dirigidos por un iluminado llamado Mohamed Abdullah Al Qahtani
—que se creía el Mahdi, el redentor de los creyentes antes del Día del
Juicio—
asaltaron la Gran Mezquita de La Meca
y tomaron a miles de peregrinos como rehenes, exigiendo un regreso a la
pureza original del islam. Las fuerzas de seguridad saudíes, apoyadas
por comandos paquistaníes y franceses, tardaron dos semanas en sofocar la insurrección.
En ese momento, la Casa de Saúd tuvo que tomar una decisión que se revelaría crucial: o aprovechaba la ocasión para tomar medidas contra el clero ultraconservador
que había inspirado a los seguidores de Al Qahtani (y amenazaba con
desatar otras rebeliones), o se aliaba con él.
Los monarcas saudíes
optaron por el apaciguamiento, lo que condujo a una profunda
transformación social y legislativa. El Consejo de Ulemas empezó a determinar qué era aceptable y qué no, y
quienes decretaron cosas como el cierre de todos los cines del país, y
los llamados 'Mutawín', o "policías de la moral', se encargaron de que
los saudíes lo acatasen.
La Arabia Saudí de hoy es probablemente el Estado más religioso del
planeta. A muchos españoles les cuesta adaptarse, por ejemplo, a que las tiendas se paralicen durante la hora del rezo,
cuando resulta imposible pagar incluso en las grandes superficies.
"Además, cambia con la hora solar", señala Alberto. Sin embargo, ninguno
de ellos ha sentido hostilidad por tener una religión diferente. "Al
contrario, a veces por ser europeo te tratan mejor. La gente es muy
maja. Lo que hay es sobre todo curiosidad, te preguntan de dónde eres,
incluso cuando hay una cola nos ceden el sitio para que no tengamos que esperar. Y a los españoles, con el tema del Madrid-Barça, ya ni te cuento", dice este geólogo.
Segregación absoluta de sexos
Pero
todos los residentes consultados hacen mención a la absoluta separación
de sexos y a las restricciones impuestas a las mujeres. "A mí me
chocaba mucho ver a niños de 12 ó 13 años haciendo de conductores para llevar a sus madres,
pero sin embargo ellas no podían conducir", dice Ángel Marivela, un
ingeniero de caminos que pasó un año en Arabia Saudí entre 2015 y 2016.
Ahora la cosa ha cambiado un poco, al hilo de las reformas impulsadas
por el príncipe heredero
Mohamed Bin Salman: "Yo estaba aquí el día que se permitió oficialmente la conducción a las mujeres. Ahora no es que se vean muchas, pero alguna hay", comenta Alberto.
No
es la única transformación que ha sufrido el país: "Yo leí bastante
sobre el tema antes de venir, así que más o menos me esperaba lo que me
encontré, de hecho es incluso más 'light', porque muchos de los
comentarios de gente que había estado por aquí eran de hace unos años.
Ahora, por ejemplo, puedes entrar en cualquier centro comercial con pantalones cortos y
no pasa nada", dice.
A esta relajación ha contribuido el recorte de
competencias de los "policías de la moral" decretado por Bin Salman en
2016, que les privó, por ejemplo, de poderes para realizar arrestos. En
abril de este año se inauguró el primer cine comercial desde los años 80.
Obviamente, la experiencia es mucho más dura para las mujeres.
"Como chico, esto está genial, puedes hacer lo que quieras, pero como
mujer es un auténtico rollo", nos dice Silvia (nombre ficticio),
profesora de universidad en una de las principales ciudades saudíes, que
prefiere que no demos más datos para no meterse en problemas.
Para
empezar, está la obligación de vestir siempre en público la abaya,
una vestimenta tradicional femenina de Oriente Medio que en Arabia
Saudí incluye un velo sobre el rostro. "Tienes que buscar compañía
masculina para todo", comenta Silvia, mientras lucha por hablar por el
móvil sin descubrirse la cara.
Nos explica que hace apenas unos días tuvo que reclutar a un amigo para que se hiciese pasar por un pariente directo
y le acompañase a comprar unos simples enchufes. "Tampoco me puede
venir a visitar ningún amigo. Solo se permite a mi familia más cercana,
como mis padres, o mi hermana, pero por ejemplo mi hermano no puede. No dan visados de turista", comenta.
¿Por qué elegir, entonces, un destino como Arabia Saudí? "En mi caso, vine porque pagan un dineral.
Yo soy artista, estoy terminando mi tesis y me venía muy bien el
aburrimiento que se pasa aquí y el ahorrar dinero, así que es perfecto
para eso", explica. Hasta hace poco vivía en Londres, donde le hicieron
la entrevista de trabajo y le ofrecieron un contrato por dos años. "Me
pagaban también la casa, no tengo ningún gasto. En eso estoy, muy sana,
sin beber alcohol, estudiando todo el día y yendo al gimnasio", dice riéndose.
"Hay que reconocer que vives muy aislado, en una semiburbuja,
rodeado de españoles o extranjeros. Vas del trabajo a casa y de casa al
trabajo, y de ahí al centro comercial. Lo máximo que sales es a
restaurantes a cenar, y siempre con europeos", reflexiona Ángel, que
trabajó principalmente en la ejecución de la obra de la universidad de
Al-Jouf, muy cerca de la frontera con Jordania.
"Nosotros, como
estábamos en una ciudad pequeña, teníamos algo más de trato con saudíes, por ejemplo cuando íbamos al gimnasio, donde no había ningún tipo de separación ni de discriminación", relata.
Aun así, dicen, compensa. "Los trabajos están mucho mejor remunerados y te pagan todo:
el 'compound', el coche, la gasolina, viajes a España varias veces al
año. Al final solo ahorras. Además, hay poco en qué gastar. Si vas a
Dubái el fin de semana, aprovechas, pero el resto del tiempo estás
ahorrando", señala Alberto.
"Ese es el motivo de mucha gente para venir,
sobre todo gente en puestos superiores. Cuando acaban su contrato, se llevan un buen colchón económico a España para invertir o para lo que consideren oportuno", comenta.
Para
otros es simplemente una buena alternativa al desempleo. "Es mejor que
estar en paro en España. Si vienes con pareja e hijos puede estar
genial: los críos aprenden idiomas, ahorras un montón, así se debe hacer
más llevadero. Pero venir sola y como mujer es bastante duro, la verdad", dice Silvia.
"A ver si España está mejor dentro de dos años para poder volver. Si no, tocará buscar otro sitio, o renovar aquí".