La acusación iraní al Reino de Arabia de un ataque aéreo de su
embajada en Yemen, aparte de remedar la razón y el motivo que llevó al
Gobierno saudí a romper sus relaciones con la República Islámica de Irán
tras de la agresión de manifestantes iraníes a la sede de su
representación diplomática en Teherán –en protesta de la ejecución de
Nimr al Nimr por su apoyo a la rebelión de los chiíes de Yemen-, sitúa
este país como causa de la grave crisis que enfrenta a las dos grandes
potencias petroleras del Golfo.
Un proceso que sólo encuentra precedentes en los sucesos
revolucionarios de 1979, que llevaron a la caída de la monarquía persa
de Mohamed Rezah Palhevi, símbolo de la “pax” angloamericana en Oriente
Medio y exponente de los intereses occidentales en la región, sólo
homologables entonces con todo cuanto representaba la Arabia de los Saud
en aquel espacio crítico. Cuando pulsaba aún la Guerra Fría con la
Unión Soviética.
Aquella victoria revolucionaria del chiísmo detonaría la guerra de
ocho años entre el Iraq de Sadam Hussein y el Irán desestabilizador del
Imán Jomeini, alentada por Washington y financiada por las monarquías
petroleras del Golfo; las mismas que en estas horas se han sumado a la
ruptura de Riad con Teherán, junto con toda el ala más conservadora
dentro de la Liga de Estados Árabes.
Aquella financiación bélica de las petro-monarquías cuyos imprecisos términos dieron paso al cabo a la primera del Golfo, luego de que el disenso desembocara en la invasión iraquí de Kuwait y en la conversión de Sadam Hussein de aliado en adversario y, subsiguientemente, de adversario en enemigo, con la nueva entrada estadounidense entre marzo y mayo de 2003, tras de las acusaciones nunca demostradas contra el régimen del Baas de estar en posesión de la bomba atómica y apoyar el terrorismo internacional.
Sin reparar en los errores entonces cometidos con la demolición
histórica del nacionalismo árabe aquél, resulta imposible explicar lo
que quizás ha sido la causa primordial de la eclosión del nuevo
terrorismo islámico, puesto que el integrismo terrorista quedo liberado
del freno y contrapeso del nacionalismo árabe de base suní cursante
entonces en el Iraq de Sadam Husein.
Conviene por tanto no olvidar qué pasó entonces en Oriente Próximo y
Medio, por la colisión de factores políticos y religiosos a partir de
1979 con la Revolución Iraní, para mejor columbrar que pueda traer esta
crisis de ahora por el choque en el Yemen entre los chiíes apoyados por
Irán – junto a sus hermanos alauíes en Siria – y la resistencia de los
mayoritarios suníes patrocinada por Arabia Saudi y el Consejo de
Cooperación del Golfo.
(*) Periodista español
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