LONDRES.- En Estados Unidos, en la
segunda mitad
del siglo XIX, un grupo de hombres extraordinarios y controvertidos
encabezaron la transformación de ese país de una república de granjeros y
comerciantes a una superpotencia propulsada a vapor. Sus nombres
-Vanderbilt, Carnegie , J.P. Morgan- siguen siendo sinónimos de fortunas
colosales, recuerda la BBC.
Para algunos, estos hombres fueron los heroicos empresarios que hicieron grande a EE UU.
Para otros, fueron plutócratas que
llevaron a mujeres y hombres que alguna vez fueron independientes a
depender del tedioso trabajo asalariado: los "barones ladrones" que se
robaron el sueño americano.
"Yo era un hombre joven cuando vi por
primera vez un billete de dinero. Trabajaba como empleado en The Flats
(en Cleveland) y un día mi empleador recibió una nota de un banco
del estado, por 4000 dólares".
"Me lo mostró y luego lo puso en la
caja fuerte. Tan pronto como se fue, abrí la caja fuerte y, sacando el
billete, lo miré con los ojos y la boca abiertos. Lo volví a guardar y
cerré la caja fuerte. Me pareció una suma tremendamente grande, una
cantidad inaudita, y muchas veces durante el día abrí esa caja
fuerte para mirar con anhelo ese billete".
John Davison Rockefeller fue criado por
su severa madre baptista en un pequeño pueblo de Ohio. Su padre,
semipresente, era un carismático estafador y bígamo.
John D. heredó la religión de su
madre y, según algunos, la moralidad de su padre. Era un abstemio que
leía la Biblia al principio y al final de cada día, pero desde una edad
temprana se propuso ser rico. Como dijo sobre él su socio de negocios
Maurice Clerk: "John tenía fe absoluta en dos cosas: el credo baptista y
el petróleo".
El joven Rockefeller comenzó a buscar formas de conseguir algunos de esos tentadores billetes de dólar, ¿pero cómo?
Los "barones ladrones" que lo
antecedieron, como Cornelius Vanderbilt, habían hecho su fortuna en una
economía repleta de anarquía dinámica.
"Es probablemente la tasa de
industrialización más rápida que haya visto el mundo, hasta que llegó
China", dice el historiador Steve Fraser.
"Empezaron a surgir ciudades de un millón de habitantes o más, de un extremo del país al otro".
"Esta es una economía que está
creciendo a una escala extraordinaria. Es una transformación total de un
mercado fragmentado, impulsada por intereses separados o por regiones
diferentes, a una economía nacional", agrega la profesora Joanna Cohen,
de la Universidad Queen Mary de Londres.
"Hay energía inquieta en esta
economía y la gente es muy consciente de que puede 'irse a la quiebra',
como le decían entonces: tienes que tener éxito o fracasaste. Es una
verdadera economía de auge y caída".
En medio de todo esto, la gran
innovación de Rockefeller fue la gigantesca corporación moderna, tan
grande que podía aplanar a toda la competencia y amortiguar todos los
golpes de la economía.
Evadiendo el servicio militar durante
la Guerra Civil, Rockefeller invirtió en el negocio de la refinería de
petróleo en Cleveland.
Era una industria completamente nueva
con un potencial evidente, pero al igual que otras refinerías a pequeña
escala, Rockefeller se encontraba totalmente dependiente de los
ferrocarriles para llevar petróleo crudo desde donde se perforaba, en el
oeste de Pensilvania, y transportar el producto terminado hasta el
mercado en la costa este.
Rockefeller se dio cuenta de que
podía negociar algo mejor. ¿Qué pasaría si prometiera a los
ferrocarriles envíos masivos y regulares a cambio de pagos secretos?
Y así, en el año de 1868, hizo un trato
con la Línea Central de Nueva York. Ese ferrocarril pertenecía al primer
"barón ladrón", Cornelius Vanderbilt, quien ya tenía 74 años, y durante
mucho tiempo aterrorizó a muchos hombres de negocios más pequeños.
Rockefeller solo tenía 29 años, pero era un joven muy seguro de sí mismo:
"El señor Vanderbilt nos mandó a
llamar ayer a las 12 y no fuimos. Está ansioso por obtener nuestro
negocio y dijo que podría aceptar nuestros términos. Le enviamos nuestra
tarjeta a través de un mensajero, para que Vanderbilt sepa dónde
encontrar nuestra oficina".
A diferencia de sus rivales, que no
podían ver más allá de las puertas de sus refinerías,
Rockefeller comprendió cómo encajaban todas las partes y cómo podría
dominarlas.
Al igual que los otros "barones
ladrones" como Andrew Carnegie y J.P. Morgan, Rockefeller había
entendido algo sorprendente, como explican los historiadores Joanna
Cohen y Steve Fraser.
"Se dieron cuenta de que si se le
daba licencia al mercado libre para hacer lo que hace, iba a ser muy
autodestructivo. Desde el año de 1857, más o menos cada 10, 15 o 20 años
como máximo, había un grave pánico financiero, que generaba caos
comercial y anarquía ", sostiene Fraser.
"Inspiró la agitación social porque
muchos trabajadores no pudieron sobrevivir a esos auges y caídas. Hubo
una enorme agitación social y política causada por este carácter
anárquico del libre mercado, por lo que buscaron estabilidad".
"Las industrias no debían
especializarse simplemente en una parte del negocio, sino en reunir
todas las partes del negocio y brindar un servicio completo a las
personas que necesitaban estos productos y servicios", afirma Cohen.
"El genio de estos hombres es que
pudieron ver que no se trataba solo de poner una parte de la producción
bajo su control, sino también poner la distribución y la
comercialización bajo su control".
En 1872, Rockefeller vio su oportunidad.
El frágil y novedoso negocio petrolero había sufrido su primera caída.
La sobreproducción había obligado a bajar los precios, pero los
productores y refinadores tuvieron que seguir pagando lo mismo de
siempre a los ferrocarriles.
Así que Rockefeller decidió crear un
cartel que él, por supuesto, manejaría. Hizo un acuerdo con el
Ferrocarril de Pensilvania, garantizándole carga a cambio de costos de
transporte mucho más bajos.
Luego fue a los refinadores que
competían con él y les dijo lo que estaba a punto de hacer: si le
vendían sus refinerías, podían obtener el beneficio de las tarifas
reducidas. Si no, enfrentarían un costo de transporte incluso más alto
que el que ya venían pagando.
¿Chantaje? ¿O simplemente un negocio inteligente?
Según la periodista Ida Tarbell, la mayor crítica de Rockefeller, esta era la propuesta que le hacía a sus rivales:
"Este esquema es infalible. Significa
que controlaremos totalmente el negocio petrolero. No hay posibilidades
para alguien de afuera. Pero le daremos a todos la oportunidad de
entrar. Usted debe entregar su refinería a mis tasadores y le pagaré en
efectivo o con acciones de la Standard Oil Company, lo que prefiera, por
el valor que le demos. Le aconsejo que tome las acciones. Será por su
bien".
Finalmente todos aceptaron, renunciando a sus negocios a precios de liquidación. Y esto fue solo el comienzo.
Rockefeller pasó a convertir su
compañía Standard Oil en la primera corporación verdaderamente
gigantesca del mundo, el epítome del nuevo y controvertido tipo de
negocio monopólico conocido como un Trust.
La empresa absorbió a muchos rivales,
como los refinadores de Cleveland, y llevó a la quiebra a muchas otras
refinerías. Una de ellas pertenecía al padre de Ida Tarbell.
Fue así como Rockefeller se convirtió en
una figura pública -y odiada- en EE UU. Generó un aluvión de protestas y
muchos lo consideraron un monstruo.
Pero lo que sus críticos llamaron la
"Masacre de Cleveland" fue considerada por Rockefeller como una victoria
para todos. Estaba convencido de que sus rivales habrían quebrado sin
él y se consideraba una especie de ángel de la misericordia y no un
Mefistófeles, como lo llamaban sus críticos.
Esta es su versión de lo que les decía a sus rivales cuando se ofrecía a comprar sus refinerías:
"Tomaremos tus cargas. Utilizaremos
tu habilidad; te daremos representación; nos uniremos y construiremos
juntos una estructura sustancial sobre la base de la cooperación. Acepta
las acciones de Standard Oil y tu familia nunca sabrá lo que es no
tener".
Fue así cómo empezó a haber enormes
concentraciones de poder en manos de un pequeño número de hombres. Ida
Tarbell lo llamó la maldición de lo grande.
"Son millonarios en una escala nunca
antes vista, pero Estados Unidos no es una tierra donde se aprecie ese
tipo de escala. El pequeño agricultor terrateniente era el ciudadano
ideal de la antigua república", dice Cohen.
"Estos hombres operan a una escala
tan enorme que hay preocupación sobre cómo puede funcionar la república
en una era en la que estos hombres ejercen tanto control y pueden
influir en el Estado en formas que no deberían ser posibles".
"Esto causa verdadera ansiedad en muchas partes diferentes de la sociedad estadounidense", señala la académica.
Y, sin embargo, para Rockefeller, la
escala, la "grandeza" que él había promovido,era algo bueno para EE
UU porque traía orden, estabilidad y crecimiento.
Además, él utilizó su inmensa riqueza
para crear una fundación filantrópica en una escala que se ajustó al
tamaño de su corporación.
Según Standard Oil, Rockefeller fue
"el Moisés que liberó [a los refinadores] del disparate que había
causado estragos en sus fortunas...".
"No fue un proceso de destrucción y
desperdicio; fue un proceso de construcción y conservación de todos los
intereses, en un esfuerzo heroico, bien intencionado y casi divino de
salvar a esta industria destruida".
Rockefeller, el gran titán de los
negocios, no creía que los mercados libres, sin restricciones, fueran
algo bueno. Para él, Standard Oil desempeñó un papel similar en
la racionalización de la economía como el que las industrias
nacionalizadas intentarían desempeñar en el siglo XX.
La estrategia de consolidación que
Rockefeller desarrolló surgió de su ansiedad de que la prosperidad de EE
UU pudiera ser vulnerable a su propio caos energético.
Hacer que esa consolidación fuera una
realidad en la economía estadounidense, a comienzos del siglo XX, fue
la gran ambición de nuestro próximo "barón ladrón": J.P. Morgan, sobre
quien les contaremos más en el próximo episodio de esta serie.
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