EL CAIRO.- El esqueleto de Mahdi sufre a diario las heridas de un laberíntico conflicto que acaba de cumplir cuatro años.
El pequeño nació hace ya 24 meses pero su peso apenas supera los cuatro
kilos. "Se queja de que le duele el pecho. Lo tiene inflamado", comenta
su padre Ali Mohamed, un pastor al que la guerra lo despojó de rebaño y
techo. "Antes de la guerra, comíamos y vivíamos bien.
Cuando estalló, lo dejamos todo y huimos para sobrevivir. Ahora estamos
hambrientos, sin cobijo.
De vez en cuando recibimos ayudas de
organizaciones humanitarias pero no es suficiente", narra a El Mundo (de Madrid)
este padre de seis vástagos que batalla por evitar que la malnutrición
severa merme su estirpe. La familia ha hallado refugio en Aslam,
una localidad en el noroeste de Yemen a la que escaparon de los
bombardeos que la coalición árabe que lidera Arabia Saudí inició en
marzo de 2015. "Al menos aquí no hay ataques. Vivimos y dormimos al aire
libre. No hay agua potable y rezo para que mi hijo no vuelva a recaer",
murmura.
Las escaramuzas han colocado a Yemen, la nación más pobre de la península Arábiga, al borde de la hambruna.
Según la ONU, alrededor del 80% de la población -28,2 millones de
personas- requiere de asistencia humanitaria y dos tercios de todas las
provincias del país se hallan en las etapas previas a la hambruna.
"Puede ser un escenario cierto si la ayuda sigue sin llegar a todas las
zonas y el conflicto se prolonga en el tiempo", advierte a este diario
Valentina Ferrante, jefa de la misión de Acción contra el Hambre en
Yemen.
"La gente más vulnerable es la que se está viendo más afectada por el conflicto.
El acceso a los alimentos es muy limitado", agrega. La guerra, en la
que saudíes e iraníes libran su particular batalla por la hegemonía
regional, ha destruido infraestructuras básicas, entre ellas decenas de
instalaciones médicas; interrumpido las rutas de transporte de ayuda,
combustible o medicamentos; reducido drásticamente las importaciones y
disparado la inflación.
Aslam,
en la provincia norteña de Hajjah, es uno de los epicentros de la
tragedia yemení, con 3,3 millones de desplazados internos. Como le
sucede Ali, Aisha se desvive por mantener a flote a Rinad, de nueve
meses. "No tiene apetito. No come ni bebe", maldice la madre. "Comenzó
a padecer malnutrición con tres meses. Confío en que Dios la cure",
dice al otro lado del hilo telefónico. Cuando quedó embarazada de Rinad,
su marido la abandonó y desde entonces vive junto a sus otros dos
hijos, de cinco y cuatro años, al amparo de su hermana.
"La guerra
destruyó nuestro hogar. Me desplacé aquí. Estoy alojada en una casa muy
humilde, con un techo casi destruido que se hunde cuando llegan las
lluvias". La supervivencia se ha propagado por el callejero de Yemen
mientras el fragor de la batalla se resiste a enmudecer.
El
pasado diciembre las dos principales partes en liza -el grupo rebelde
chií de los hutíes y el gobierno del presidente Abu Rabu Mansur Hadi-
firmaron en Estocolmo un avance inédito en los dos últimos años
comprometiéndose a un alto el fuego y la retirada de las tropas de la
estratégica ciudad de Hodeida, cuyo puerto es clave para la llegada de
ayuda humanitaria. Sin embargo, el acuerdo -que también incluía un canje
de prisioneros- se halla paralizado entre continuas amenazas de quedar
reducido a papel mojado.
"Las negociaciones han sido muy positivas pero
la dificultad siempre es la implementación. En Yemen ha habido acuerdos
previos que han servido únicamente para que ambos bandos reagrupen sus
fuerzas y comiencen una nueva ronda del conflicto. El proceso puede derrumbarse en cualquier momento porque no existen garantías",
explica a este diario Baraa Shiban, miembro del grupo de justicia
transaccional de la Conferencia del Diálogo Nacional de Yemen.
La
desconfianza de cerca de un lustro de lucha ha congelado los progresos
diseñados en la hoja de ruta de diciembre. Hodeida sigue bajo control
hutí con las tropas de la coalición árabe desplegada en sus afueras. La violencia ha continuado golpeado otras zonas de un país en el que Al Qaeda en la Península Arábiga
y la filial local del Estado Islámico han conseguido establecerse y
crecer en mitad del caos.
"La reducción de la violencia en Hodeida en
los últimos meses ha sido contrarrestada por la escalada en otras
partes. Los enfrentamientos se han intensificado con un impacto
devastador para los civiles", denuncia Mohamed Abdi, director del
Consejo Noruego del Refugiado en Yemen. 164 y 184 civiles han perdido la
vida en los enclaves de Hajjah y Taiz desde diciembre. El total de vidas cercenadas desde entonces alcanza las 788.
Los
bombardeos de la alianza dirigida por saudíes y emiratíes -con
armamento suministrado por, entre otros, Estados Unidos y la Unión
Europea- ha segado decenas de miles de vidas, agravando lo que la ONU
considera ya "la peor crisis humanitaria del planeta".
La guerra ha propagado epidemias como el cólera, que se ha llevado por
delante 2.310 personas. La ausencia de progresos recientes, el
estancamiento de las trincheras y el interés de ambos bandos por una
economía de guerra capaz de enriquecer a quienes saben lucrarse del
ardor guerrero alimentan el desaliento.
"El proceso auspiciado por la
ONU es muy débil. Existe esperanza pero, al mismo tiempo, mucha cautela", admite Shiban.
La paz, entre tanto, es una utopía remota en un país dividido.
"Es demasiado pronto incluso para hablar de un proceso de paz. La
prioridad ahora es crear un marco para conseguir acuerdos en el campo
militar y político. Si eso se logra, habrá que moverse hacia otros
asuntos, entre ellos, la respuesta al movimiento separatista del sur y
la justicia transaccional", concluye. Aisha, en cambio, solo anhela
regresar a la precaria estabilidad de hace cuatro años, antes del éxodo.
"Esta guerra lo ha arruinado todo. Nuestros sueños, nuestra vida, las
oportunidades de encontrar un trabajo. Nos han expulsado de nuestras casas, donde teníamos al menos para vivir. Sólo espero que Dios vea todo lo que hicieron".
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