BILBAO.- España importa prácticamente todo el petróleo que necesita, pero también produce.
Eso sí, se trata de cantidades casi testimoniales, y cada vez lo son
más. El año pasado la producción española de crudo cayó a mínimos
históricos: 86.991 toneladas, cantidad que apenas llega a la sexta parte
de lo obtenido en 1998 (531.375 toneladas), según recoge hoy el periódico El Correo.
La
razón es que los cinco yacimientos petrolíferos localizados en
territorio español están agotando sus reservas, y los permisos de
prospección de nuevos pozos están paralizados o avanzan muy lentamente.
Así que 2018 fue el peor año de las últimas dos décadas
en extracción de crudo, según los datos recogidos por la Corporación de
Reservas Petrolíferas de España (Cores). La producción nacional apenas
llegó en ese ejercicio al 0,13% del petróleo importado (67,6 millones de
toneladas). Y sólo un poco más, el 0,15%, de los productos derivados
del petróleo que España consumió en 2018.
Prácticamente
todo el crudo español proviene de una serie de yacimientos agrupados en
torno a la plataforma Casablanca, situada en el Mediterráneo, a escasos
kilómetros de la costa de Tarragona.
Se trata de los denominados Boquerón, Casablanca, Montanazo-Lubina y Rodaballo. Los cuatro yacimientos son operados por Repsol, que comparte su propiedad con otras dos empresas (Cepsa y Petroleum), salvo el de Montanazo-Lubina, cuya titularidad corresponde al cien por cien a la compañía que dirige Josu Jon Imaz.
El quinto pozo, el único que está en tierra firme, es el Viura.
Pero en el yacimiento ubicado en Sotés (La Rioja) se obtiene más que
nada gas natural. De hecho, este pozo (que pertenece al Gobierno vasco
en un 37%) es el responsable del 98% del hidrocarburo gaseoso que se
genera en España.
¿Y qué se hace con el petróleo que se extrae en España? Pues la práctica totalidad, que es la que se extrae en el Mediterráneo, se transporta directamente a la refinería que Repsol tiene en Tarragona. Allí se transforma en productos derivados (gasolinas, querosenos, parafinas, etc.).
El
número de pozos se ha mantenido más o menos invariable en las últimas
décadas. En 1997 dejó de producir el de Albatros, y diez años después se
cerró el de Ayoluengo, en Burgos.
Pero en 2012 Repsol abrió un nuevo
yacimiento, uno de los cuatro localizados en torno a la plataforma
Casablanca (el de Montanazo-Lubina).
Ocurre que «según se produce el petróleo, va disminuyendo la presión en el yacimiento y se reduce el flujo»,
explica Margarita Hernando, presidenta de Aciep (Asociación Española de
Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y
Almacenamiento Subterráneo).
Se
puede estimular la producción de esos yacimientos, «pero eso requiere
nuevas inversiones que hay que autorizar. Y por lo general es algo que
lleva mucho tiempo de tramitación. Si es que se consigue. Por eso es muy complicado para las empresas descubrir nuevas reservas, renovar las propias y mantener los ratios de producción».
La presidenta de Aciep se queja de que «la Administración en general (tanto estatal como autonómica) demora muchísimo
el otorgamiento de permisos de investigación, de concesiones de
explotación y las autorizaciones necesarias para llevar a cabo los
trabajos».
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