CARACAS.- Manantiales aceitosos y
oscuros siguen brotando en Mene Grande, el modesto pueblo donde comenzó
la explotación petrolera en Venezuela hace más de un siglo. De la
embriagante bonanza que atrajo a miles solo queda desolación.
El
asfalto de las vías luce desgastado. Escasean el agua, el gas doméstico y
la electricidad. Acostumbrados a los altos salarios que ganaban en la
industria del crudo, muchos migraron huyendo de la peor crisis en la
historia reciente del país.
"Nosotros vivíamos como reyes", rememora Henry. "Esta era
la mayor zona petrolera que había en Venezuela (...). Usted se paraba
aquí y veía el vainero (gran cantidad) de gabarras trabajando allá
afuera. Todo eso se acabó", dice mirando al Lago de Maracaibo (estado
Zulia, noroeste).
Henry, de 48 años, trabajó como perforador de
pozos durante la bonanza más larga en 105 años de explotación petrolera,
que le reportó a este país con las mayores reservas de oro negro unos
750.000 millones de dólares entre 2004 y 2015.
Vive en San Timoteo, una
comunidad de palafitos a orillas del Lago de Maracaibo, desde donde se
veían plataformas de exploración de la industria que aporta 96% de los
ingresos de Venezuela, cuya petrolera, PDVSA, llegó a estar entre las
cinco más importantes del mundo.
La postración de la actividad
dejó sin empleo a la mayoría, pues el bombeo pasó de 3,2 millones de
barriles diarios en 2008, a poco más de un millón en febrero, según
especialistas por la falta de inversiones y la corrupción.
Olivero Bracho, de 46 años, solía trabajar en las
embarcaciones. "En esta zona no hay ninguna gabarra, las operaciones
petroleras están paradas. Liquidaron al personal", lamenta. Sus dos
hijos se fueron a Colombia.
Antes -recuerda- "había mucha gente trabajando, la gente compraba su comida, ahora estamos pasando necesidades".
San
Timoteo es la deprimida capital de Mene Grande. De los 700 metros de
caminerías de madera que conectaban los palafitos, más de 300 han sido
arrasados por "mangueras", los tornados que se forman en la época
lluviosa.
"Nadie ha venido a ayudarnos, no conocemos al alcalde siquiera", denuncia Henry.
Por lo general, recolectan agua del lago para sus quehaceres porque no reciben agua potable.
"Tenemos
días sin agua, estamos cogiendo de la playa para lavar los corotos
(platos) y bañarnos", señala con rabia Dinoria Estrada.
El
desempleo acorrala a los pocos que se han quedado, añade la mujer,
dependiente de las remesas que le envían familiares que engrosaron la
diáspora de 2,7 millones de venezolanos emigrados desde 2015, según
cifras de la ONU.
Compara la débil llama de su estufa con la de
una "velita". Por eso prepara primero el arroz y luego un pescado
desmenuzado para el almuerzo.
Edardo Bracho, partidario del
presidente Nicolás Maduro y miembro de un consejo comunal, trabajó hasta
hace poco como obrero petrolero. Reconoce que la situación se agravó
luego de que salieran de operación diez taladros de perforación en la
Costa Oriental del Lago, corazón petrolero de Venezuela.
Dos de esos equipos estaban en San Timoteo, afirma.
Desde la distancia, una
parte de Mene Grande parece una explanada de vegetación quemada, pero se
trata de mene, el hidrocarburo que dio nombre al lugar donde un
balancín aún sube y baja en el Zumaque I, el pozo que inició la
producción comercial en 1914.
Muchos suben al cerro donde está la mole de hierro para tomarse fotos.
"Esto es una reliquia de la humanidad, siendo el primer
pozo petrolero tendría que ser una belleza, pero está abandonado así
como están todas las instalaciones petroleras", recrimina Freddy
Cardoza, agricultor de la zona.
Mene Grande también alberga el
llenadero San Lorenzo, que suministra combustible a varios estados. La
maleza bordea las instalaciones desde donde salen cisternas con diésel y
gasolina, la más barata del mundo.
A pocos metros está una planta
petrolera donde varias familias llenan envases con agua que fluye de
una tubería que rompieron, desesperados por la escasez. Algunos usan
carretillas para trasladar bidones hasta sus casas.
Ingeniero agrónomo de 47
años, José Escalona espera su turno para abastecerse y salvar su pequeña
siembra de tomates. Le advierte a sus vecinos que esta agua "solo sirve
para bañarse y hacer limpieza".
"En este siglo deberíamos haber
solucionado este tipo de problemas", se queja el ingeniero que en el
pasado hizo trabajos a destajo para PDVSA, en default por pagos
atrasados de deuda.
Hastiado de sufrir los rigores de la crisis, con escasez
de alimentos, medicinas e hiperinflación, Escalona piensa que el caudal
histórico de petrodólares se despilfarró. "Los recursos se desviaron.
Este país no es para que esté así. Es un atraso".
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