He seguido por los periódicos que compro habitualmente, y por los que
curioseo en el café, el viaje de negocios del rey de España a los
Emiratos Árabes y a Kuwait, acompañado de tres ministros del Gobierno y
de un selecto grupo de empresarios. Las fotos servidas por las agencias
nos permitieron observar los encuentros entre las autoridades locales,
vestidas a la manera tradicional árabe, y los visitantes españoles,
vestidos a la europea. Con una sola excepción, la de la ministra de
Fomento, Ana Pastor, que iba cubierta de pies a cabeza con una "abaya",
la túnica negra que el protocolo impone a las mujeres en algunos países
islámicos. Al menos, eso es lo que se deducía de la lectura de las
crónicas ya que la ilustración gráfica de los periódicos, al menos los
que yo frecuento, nos escamoteó esa posibilidad, no sabemos si por
consigna política o por alguna otra razón que se nos escapa. Y es una
pena, porque estamos seguros de que a una mujer de pelo negro, piel
blanca, ojos grandes, nariz prominente y mentón avanzado, como nuestra
ministra, la "abaya" le tiene que sentar tan bien como a cualquier hija
del desierto. No obstante, el esfuerzo de Ana Pastor por agradar a las
autoridades islámicas es de valorar. España se jugaba la firma de
importantes contratos, y la Ministra, al margen de sus convicciones
personales sobre el papel que la mujer debe jugar en una sociedad
moderna, se enfundó la túnica con tremenda decisión y acendrado espíritu
patriótico. Y si hubiera tenido que vestirse de lagarterana para la
ocasión, pues también lo habría hecho. Una inversión de 7.000 millones
de euros en el metro de Kuwait, otra de 100.000 en infraestructuras, y
una tercera, más modesta, de 3.000 millones en la ampliación de un
aeropuerto, bien valen una misa, como dijo aquel desvergonzado rey de
Francia. Vestir o no vestir la "abaya", el "yihab", o el "burka" se ha
convertido en objeto de polémica y en algunos sectores de Occidente se
asimila su uso, o su imposición, con posturas reaccionarias o machistas.
Aunque en esto, como en tantas cosas de la vida, también hay distingos,
tácticas, componendas e hipocresías varias. Y así, lo que en Irán o
Afganistán se ve como detestable, en Arabia Saudita, en Kuwait y en los
Emiratos Árabes se tolera como una graciosa peculiaridad local. La forma
de vestir, y lo que eso simboliza o sugiere, es quizás el lenguaje no
verbal más empleado por la humanidad desde que el Dios de la Biblia
avergonzó a Adán y Eva haciéndoles ver que estaban desnudos antes de
expulsarlos del Paraíso. ("¡Vas tirando a dar!", le decimos muy
expresivamente a alguien cuando queremos elogiar su forma de vestir).
Recientemente, la reina de Inglaterra quiso recordarle al papa Francisco
que ella, como máxima autoridad de la Iglesia de su país, tenía rango
equivalente al suyo. Llegó tarde a la cita y vestida con una traje azul
celeste y sombrero a juego, cuando el protocolo vaticano impone a las
mujeres traje negro y la cabeza cubierta con un velo en las audiencias.
Como nos ha recordado oportunamente Ana Pastor, en esto del vestir no
hay improvisaciones. Todo es deliberado.
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